Con la rebelión surgida en el bando republicano al final de la guerra, Ventas se llenó de comunistas. A partir del 28 de marzo, con la toma de la capital por las tropas franquistas, la cárcel se convirtió en un verdadero «almacén» de reclusas
A raíz de la rebelión surgida en el bando republicano al final de la guerra, con el golpe del coronel Segismundo Casado en marzo de 1939, Ventas se vació de reclusas acusadas de desafección a la República para llenarse de comunistas.
Las negociaciones de paz del Consejo Nacional de Defensa de Casado con el general Franco no dieron su fruto, y una mayoría de los presos comunistas -que no todos- fueron liberados pocos días antes de la entrada de las tropas sublevadas en la capital. Las presas comunistas -unas quinientas- fueron las últimas en ser liberadas, el 27 de marzo, casi como si se hubieran olvidado de ellas.
Con la represión franquista, la prisión de Ventas se convirtió, en pocos meses, es un “almacén de reclusas”. Mujeres pertenecientes a organizaciones republicanas o izquierdistas fueron encerradas en sus muros y condenadas a largas penas de cárcel. Sufrieron también encierro mujeres simplemente por haber trabajado en la retaguardia del Madrid asediado durante la guerra en hospitales o comedores infantiles, o incluso familiares de hombres perseguidos por el nuevo régimen.
Las siguientes imágenes corresponden a la celebración del Corpus celebrada en el interior de la cárcel de Ventas en junio de 1939, con la intención de depurar un espacio «mancillado por la barbarie roja», en referencia a las sacas de Paracuellos y Aravaca ocurridas allí, según las crónicas de la época.
Los primeros ingresos en la Ventas franquista se produjeron el 28 de marzo, con la entrada de las tropas sublevadas en la capital. Fueron tan masivos que, hacia mediados de abril y según los testimonios recabados, había entre siete y once presas durmiendo en cada celda individual, con los pasillos, lavabos y patios llenos de mujeres. A falta de cifras oficiales, se calcula en varios miles las reclusas que fueron hacinadas en la Ventas de aquellos meses, a las que habría que sumar las encerradas en la nueva prisión provisional de la calle Claudio Coello.
Al poco tiempo empezaron a sucederse los fusilamientos, tanto de presas de Ventas como de Claudio Coello. En mayo fue ejecutada la primera, María Panticosa, y el 5 de agosto, tuvo lugar el fusilamiento de las llamadas “Trece Rosas” o “Menores” -siete de ellas menores de edad- en el lugar habitual de ejecución en Madrid capital: las tapias exteriores del cementerio del Este o de la Almudena, donde entre 1939 y 1943 fueron fusiladas cerca de tres mil personas, entre ellas 80 mujeres.
Aparte de los fusilamientos, la realidad cotidiana que dejó una huella más dolorosa en la memoria de las reclusas fue la situación de los niños que se encontraban con ellas, y que fallecían en gran número debido a las pésimas condiciones de higiene del centro. A intentar remediarlo se aprestaron decenas de reclusas, muchas de ellas altamente cualificadas en el terreno médico, como fueron los casos de la socialista María Lacrampe, enfermera y puericultora, que se hizo cargo de la llamada “enfermería de niños” en una de las salas de la prisión, con una cocina propia. En el equipo de compañeras que eligió María para que la ayudaran a gestionar la enfermería figuraba la química y farmacéutica María Teresa Toral.
Las autoridades, sin embargo, parecían más interesadas en el bautismo de los recién nacidos que en su supervivencia. El 13 de mayo se celebró el bautismo de los primeros niños nacidos en prisión, la víspera. Los tres niños recibieron los nombres de María del Pilar, María Paz y Julio, en recuerdo de Pilar Primo de Rivera, María Paz Unceti, fundadora del Auxilio Azul, y Julio Ruiz de Alda.
La festividad de los Reyes Magos constituía asimismo un buen motivo propagandístico para las autoridades carcelarias, con las actividades de reparto de juguetes y ropas a los hijos de las presas, así como a aquellos mayores de dos años que se hallaban fuera y podían entrar en la cárcel aquel día a ver sus madres. Y con escenificaciones de adhesión al régimen en las que se les hacía participar, como quedó gráficamente reflejado en la primera fiesta de Reyes de la Ventas franquista:
En la sala de partos colaboraban varias presas matronas de profesión, como Trinidad Gallego Prieto o Catalina Mayoral Arroyo. Catalina, que había sido también funcionaria de Prisiones, había ayudado en el primer alumbramiento ocurrido en Ventas, en septiembre de 1933, a la media hora del traslado de las presas procedentes de la antigua prisión de Quiñones.
Dentro de la general penuria de medios, los niños y niñas de la cárcel fueron asimismo atendidos en sus necesidades educativas por reclusas experimentadas como la maestra Julia Vigre, encargada de la improvisada “guardería”. De las presas más jóvenes -menores de edad-, una vez que fueron segregadas en sala aparte, la llamada “Escuela de Santa María”, se encargó la maestra María Sánchez Arbós, antigua profesora de Carmen Castro, la directora de Ventas, en la Escuela Normal de Huesca. La pedagoga institucionista Justa Freire se hizo asimismo cargo de la escuela de adultas, ayudada de otras maestras como Rafaela González Quesada, Rafita.